Salir a tomar algo

Cuando iba a nacer Julia, me llené la cabeza de estampas bucólicas: yo con mi niña esperando muy entretenidas en el aeropuerto para subir a un avión, o yo con mi niña leyendo un libro en el parque mientras ella jugaba, o yo con mi niña disfrutando de una rica comida en un restaurante de un barrio bohemio. Cuando llegó ella y luego fue creciendo, resultó que leer en el parque con una niña pequeña resultaba imposible, que esperar el avión con un bebé es bastante estresante y que, desde luego, comer en un restaurante no es plato de gusto para un niño multialérgico.
Mi amiga Susana, la de los bizcochos sin huevo, trabajó varios años en restaurantes y siempre me dice que no puedo fiarme de ninguno. Y tiene razón. Cuando lo he hecho, con restaurantes de confianza, resulta que la masa filo casera era en realidad comprada y tenía soja o que el pan estaba hecho a mano, sí, pero con una masa precocinada llena de aditivos. Como los lácteos y la soja se esconden en los alimentos más insospechados, hemos optado por llevar un táper con la comida de Julia cada vez que salimos a comer por ahí.
Y claro, a ella eso le aburre un poco. De hecho, le aburre a matar. No es muy agradable ir a un restaurante, ver a los demás comer platos con muy buena pinta y tener que conformarnos con nuestra comida de siempre. Y eso que le hacemos cosas deliciosas cuando salimos: pasteles de carne, pollo oriental, pasta italiana, y postres ricos. Pero aún así, Julia se cansa y odia ir a restaurantes.
Por suerte, poco a poco hemos ido encontrando nuestros pequeños lugares donde ella puede tomar alguna cosa. Y eso sí que le hace feliz. De hecho, sentarse por ahí a tomar algo es uno de los grandes placeres de su vida.


Uno de nuestro sitios preferidos es Abonavida, una agradable cafetería ecológica en pleno centro de Madrid, muy cerca de la plaza de Callao. Allí compramos la leche de arroz de Julia, porque tiene un pequeño mercado ecológico. La dueña, Muriel, es un encanto y tiene mucha paciencia con nosotras. Un día nos dijo que tenía unos sorbetes naturales y ecológicos buenísimos, pero yo estaba escéptica. Entonces me enseñó los ingredientes: puré de fruta, agua, azúcar de caña, jarabe de glucosa, zumo de limón y pectina de guisante. Efectivamente, no parecían tener nada sospechoso (los industriales, os aviso, no son aptos para alérgicos). Y además son exquisitos. Tienen de fresa, de frambuesa y de mango.
En Abonavida nos plantamos Julia y yo muy regularmente, y ella se zampa su helado mientras yo me tomo un café de cereales con leche ecológica de vaca. Eso sí que es una estampa bucólica. Lo disfrutamos muchísimo las dos y nos vamos a casa de muy buen humor.

Restaurantes: manual de uso
Buscaos varios lugares donde podáis llevar a vuestro pequeño alérgico a darse un gusto culinario. No tiene que ser un plato muy complicado, las cosas más sencillas tienen un éxito loco cuando se come fuera. Pero como norma, por favor, no confiéis en nada de lo que no puedan enseñaros los ingredientes. Incluso así, tened cuidado con las contaminaciones, sobre todo de pescado. En general, del único plato que me fío es del filete a la plancha con patatas fritas, pero hay que insistir mucho en que lo frían con aceite de oliva (el de girasol a veces lleva aceite de soja y además no es apto para alergias a frutos secos) y que no hayan frito antes en el mismo aceite croquetas, pescado o lo que sea que nos dé alergia. Los cocineros suelen ser amables y si les explicas la situación a veces hasta te ponen un aceite nuevo. Los churros artesanos, si os fiáis del churrero, también son bastante seguros porque sólo deberían llevar harina y agua.