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Tengo dos noticias que daros, una buena y otra mala. La buena, buenísima, es que Julia ha dado negativo en las pruebas de la soja y dentro de seis meses podrá empezar a tomarla. La mala noticia es que cada vez leo más estudios que afirman que la soja, tal y como la consumimos en Occidente, no sólo resulta muy difícil de digerir, sino que es perjudicial para nuestra salud.

Cuando Julia nació, sólo era alérgica a leche de vaca. Su pediatra le recetó una fórmula de leche de soja maternizada y unos meses después… la niña había desarrollado alergia a la soja. Varios médicos me comentaron algo que me sorprendió mucho: muy probablemente, mi hija tenía esa nueva alergia precisamente por haber tomado leche de soja como sustituto a los lácteos. Se trataba de una alergia cruzada.

Por entonces yo tomaba mucha leche de soja, porque al estar dando de mamar a Julia tampoco yo podía tomar lácteos. Por eso me dediqué a investigar un poco sobre el tema y, de nuevo para mi sorpresa, di con un nutricionista norteamericano bastante respetado, Jonny Bowden, que cuestionaba las bondades de tan afamada leche.

¿Cómo se «hace» la alergia?

Intentemos ahorrar un montón de conceptos médicos complicadísimos con una explicación sencilla: cualquier proteína que pasa a nuestro organismo sin haber sido completamente digerida tiende a ser percibida como un agresor. Nuestro cuerpo empieza a generar histaminas y anticuerpos para combatir al extraño, produciendo en muchos casos una reacción alérgica. Por eso en las alergias alimentarias suelen estar implicados las proteínas (vaca, frutos secos, huevo…) y un sistema digestivo que no las asimila bien, como puede ser el aparato inmaduro de los niños.

En el caso de la soja, su fuertísima proteína pasa al sistema sanguíneo sin ser apenas digerida, pues la soja lleva consigo un potente inhibidor de las enzimas tripsinas, precisamente necesarias para asimilar las proteínas. Esto la convierte en una bomba de relojería.

¿Y qué pasa con los chinos?, os preguntaréis. Los orientales llevan siglos comiendo soja y, según nos han contado, no tienen osteoporosis, ni alergias, ni síntomas en la menopausia, bla, bla, bla… Lo cierto es que nunca veréis a un chino o a un japonés bebiendo leche de soja. En Oriente la soja se toma fermentada, en forma de tofu, tempeh, etc, y hay una razón poderosa para ello. Resulta que el fermento anula o disminuye notablemente los efectos nocivos de la soja, permitiéndonos disfrutar de sus beneficios, que son muchos.

Por ejemplo:

  • Sin fermentar, la soja lleva consigo una gran cantidad de filatos que dificultan enormemente la absorcion de minerales como el calcio, el zinc, el hierro o el fósforo. El fermento disminuye el número de filatos
  • La soja, además, está tan cargada de fitoestrógenos que puede alterar  el buen funcionamiento de la tiroides. La fermentación los reduce a niveles mucho más seguros para nuestra salud.
  • El fermento disminuye considerablemente el riesgo de alergias, pues con él la soja presenta un menor número de inhibidores de tripsinas, necesarias para la digestión de proteínas.

Por todo esto, tras diversos estudios realizados por los sistemas públicos de salud de países como Reino Unido, Canadá o Israel, en muchos lugares ya se está recomendando la eliminación del consumo de la leche de soja en mujeres embarazadas y bebés, y su reducción para niños y adultos.

Judías en crudo

Os cuento cómo se elabora la leche de soja

  1. se ponen las habas de soja a remojo durante varias horas
  2. se baten con agua
  3. se calienta el líquido resultante, para pasteurizarlo y eliminar las bacterias.

Y listo. Así que cuando tomamos leche de soja, nos estamos metiendo entre pecho y espalda un buen vaso de habas prácticamente crudas. No podemos olvidar que la soja es una legumbre, de la familia de las judías blancas de toda la vida. Y cualquier abuela nos contará que las legumbres caen muy mal si no están bien cocinadas…

Respecto a nuestras sirenas, sólo puedo deciros que la leche de soja no es recomendable para alérgicos, debido a la gran cantidad de alergias cruzadas que produce (entre un 30% y un 50%, según el pediatra William Sears). Tanto la Academia Americana de Pediatría como la Sociedad Europea para la Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica previenen contra su uso como alternativa para niños con alergia a la proteína de la leche de vaca.

La soja que hay que evitar es la que no está fermentada: cuidado con la leche, la nata, la margarina, el aceite, el harina, la lecitina y los aditivos de soja que encontramos en gran cantidad de alimentos industriales. Si la soja en crudo es nociva para todos, imaginaos para los niños alérgicos, con sus intestinos sensibles e irritados.

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La soja recomendada viene en forma de tofu, tempeh y miso, y todas su variedades. También la salsa china y el yogur fresco. Para nosotros, además, la soja fermentada tiene la ventaja de contener lactobacilos, tan necesarios para los niños con alergia.

El yogur de soja fresco y biológico, el que se encuentra en las neveras de los supermercados, es una buena alternativa para empezar, porque su sabor es más suave que el de los productos orientales tipo tofu. A Julia, de bebé, le chiflaban esos yogures, todavía se acuerda. Y aunque aún nos quedan seis meses de espera, ella ya está dando palmas con las orejas sólo de pensarlo.